Interludio| Interlude


«Es viernes 1° de marzo del 2038. Me encantan los viernes. Y los primeros de marzo de las últimas diez estaciones, aún más . Como siempre, es un mes que marca un umbral, un tránsito en la vida. Un puerto. Cada año parece que levanto anclas. Y he tenido varias.

Colombia, el país de mis ancestros y el de mi concepción en la Sierra Nevada, o al menos eso me dijo mi madre, una noche de confidencias, de vinos y de risas locas. La Sierra, única montaña coronada de nieve al borde del mar. Los primeros años de mi infancia en Francia y aprender a leer con «Le Petit Prince» de Saint-Exupéry, coleccionar las hojas de otoño y así,  las de la feliz soledad. Luego, regresar a Colombia,  conocer mis abuelas, la del Centro Oriente y la del Oriente de este país, Boyacá y Santander, respectivamente. Reaprender el español y sobrevivir a la separación de mi padre y de mi madre. Después, reencontrar quien se convertiría en la compañera de vida  de mi padre y adoptarnos mutuamente. Pertenecer a una nueva familia.

Algunos años más tarde, vivir la alegría del nacimiento de mi hermanita en el Hospital Canapé Vert – Mantelito verde en español, qué presagio de levedad – de Puerto Príncipe, once estaciones entre las dos y cada vez más, complicidad sin edades gracias a nuestra profunda amistad. Y cada verano, compartir con mi madre las vacaciones y descubrir otra vida, otra libertad y otra familia del lado materno: un legado matrilineal de mujeres curanderas, campesinas, obreras, poetas y siempre, luchadoras.  Reunirnos con el único hermano de mi padre y visitar a mi abuela paterna, una activista de los derechos de las mujeres, mucho antes que sus conciudadanas intelectuales, con solo algunos años de escuela primaria. Una tejedora de historias. Con la familia de la esposa de mi padre, disfrutar de encuentros llenos de humor, cantos y música en los retornos anuales a Colombia durante el decenio en Haití.

Gracias a mis lazos con las tres familias, reforzar el silencio y la observación, jugar con los malabarismos de pulsiones y emociones en este extraño y complejo tejido que es nuestro clan.

Haití, la isla de los aprendizajes o de casi todos, la amistad, la piel, el afecto, la muerte, la injusticia y la lucidez. El segundo dolor y la tercera desgarradura. Partir de nuevo, esta vez más abajo y descubrir el Cono Sur, Argentina tres estaciones y una luna en Chile. Saborear el tango, la literatura, ese acento insolente combinado con lunfardo,  e incluso, un comienzo de militancia en español, después de una escolaridad en francés , una cotidianidad en creol  y una aparente despreocupación, con ron, compas merengue y playa en inglés . Y el carnaval, gestos, trance, pausa y efervescencia de los cuerpos y de los espíritus. Y en la noche, connivencia con el más allá. Y las cartas, aún manuscritas, de mi madre que me escribe siempre analizando el contexto  social y como si fuera la guardiana de la otra historia, la no oficial.  Casetes y mensajes multicolores de los amigos de Colombia, tierra del café, de la guayaba, del maracuyá, del mangostino, del realismo mágico,  de los delfines rosados, de los osos de anteojos, de los jaguares, de los colibríes, de las orquídeas, del vallenato, de la cumbia, del currulao, del funk tropical y de la salsa…pero también de la corrupción, inequidad e injusticia,  de los impactos hasta hoy de la Banana Fruit Company, la bonanza marimbera, de los monocultivos de la caña de azúcar y de la palma de aceite, de la minería ilegal, del fracking, de las autodefensas,  de los carteles de la esmeralda, del oro y de la amapola y de la coca. De los territorios bajo tutela de guerrillas, bandas criminales, incluso por las fuerzas del orden al servicio del mejor postor. También la nación de las conquistas, las revueltas, las reivindicaciones, las luchas, las marchas multitudinarias, las manifestaciones estudiantiles, los paros… y territorio de todas las contradicciones.  

Una pausa en Burkina Faso y oír por primera vez el djoula, el moré y el tamahak. Un interludio en el Sahara, esa infinitud ocre que marca un antes y un después. Un intervalo en Mali, Senegal y Nigeria mientras era reportera y buscaba cualquier excusa para regresar al África, escribir artículos y filmar crónicas mientras visitaba a mi padre, mi otra madre y mi hermana, mientras vivían alli.

Años después, con hambre de aventura y sed de otras perspectivas, recorrer el Caribe colombiano bajo la grávida mirada de los Hermanos Mayores, los Koguis, los Arhuacos, los Arzarios. Y los Wayúus. Y los descendientes de los cimarrones, los esclavos libertos del Palenque de San Basilio, cerca de Cartagena de Indias. Y Cali y su crepúsculo, la sexta avenida, las noches sin fin, el azafrán, el río y  las tesituras violetas y verdes.

Nueve soles después de haber ido por primera vez con un ser luminoso con quien el querer se transformó en otra profundidad, volver al Perú, recorrer el Camino Inca, el Qapac Ñan.  Este territorio Chavín, Tiwanaku, Wari y Chimú, fue pretexto durante nueve años, para formular un proyecto de desarrollo integral con comunidades campesinas de Ancash, en la Sierra Norte,  en un tránsito cada vez más vital, en un compromiso con un colectivo de descendientes de los Conchucos, primeros guerreros de la Sierra Norte en frentear a los Incas. Beber en esa fuente y en cada regreso, aprender de las gentes que viven en los confines entre la Cordillera Blanca y la Cordillera Negra de los Andes. Y la escala obligada al regresar a Colombia, Lima y su exquisito gris ardiendo bajo el son del cajón afroperuano. los valses de los jirones y los atardeceres declinados en nikei en  esas joyas gastronómicas de la Buena Muerte, los Pescados Capitales en el centro, en Chorrillos, en San Isidro, en Miraflores o en Barranco con el cómplice.

En Bogotrópolis, durante una temporada cambié de oficio, comunicación para la participación en planificación urbana y una amistad se convirtió en vida juntos y luego cada uno cambió de horizontes.

Tatuada de perfumes, sabores, recorridos y cambios de piel, estas latitudes son etapas. Sin embargo, tres puertos han marcado un giro en el sextante: Panamá, Estambul y Alejandría.

Saudades que son puertos. Adioses como estaciones. Una constancia, la isla de Haití. Una base de operaciones, Bogotá. Los aeropuertos, reencuentros con la familia, regocijos con los amigos a cada lado del Atlántico. Los puertos de mar y río. Y el Sur, siempre el Sur, jalando en Sudamérica y en África.  

Algunas cimas, por supuesto. La Sierra Nevada, en el despertar de la vida. Las Gargantas del Tarn, en los primeros pasos. Los montes de Furcy y de Laboule en los primeros escarceos adolescentes de libertad. El nevado del Cocuy, en los primeros actos de compromiso con los reales tenientes de la tierra, los campesinos. Aproximarse a la cima blanca del Huascarán y del Huandoy, homenajear el Aconcagua y con varias décadas encima, sonreírle al Matterhorn. Cómo olvidar esas cadenas de montañas, la dificultad al subir, el escaso oxígeno y la celebración con los otros senderistas. Y eso que soy de litorales más que de tierras altas.

En el Liceo Alexandre Dumas de Puerto Príncipe, nuestro maestro de literatura nos instó a escoger un poema francés y declamarlo ante una clase de 20 adolescentes con impaciencia de vivir.  Tenía diecisiete años y leí «Perfume de hombre, perfume de mujer» un poema de mi autoría, contraviniendo la propuesta. Mientras escanciaba los versos, casi no logré contener mi tristeza, estaba a punto de partir de la isla. Solo mi mejor amiga, se percató que mi vida misma se diluía en ese poema tan desgarrado como mi prosa naciente.

Desde entonces, el espíritu de Agwé , espíritu de fuentes, ríos, afluentes, cascadas, lagos y corrientes submarinas inspiran mis andanzas desde el 2015.  Sentir las confluencias del Pacífico y del Atlántico en Playa Blanca y la violenta belleza de los meandros del Darién en Capurganá, en la frontera colombo venezolana en la superficie es bello, pero en buceo es grandioso.  En apnea  es cautivante: en nuestro duo vital, nos hemos concentrado en el caribe y no obstante, los últimos acontecimientos, persistimos en sumergirnos en aguas abiertas allí.

«Uno siempre vuelve a aquellos lugares donde amó la vida» agradecía la cantautora chilena Violeta Parra. O acaso uno vuelve a aquellos lugares donde uno ha sido amado? O tal vez uno vuelve a la complicidad, este espaciotiempo más allá de cualquier semántica. Sí, es un eterno retorno a esas aguas que son sensaciones, lagos que son aprendizajes,  fuentes que son saberes, ríos que son luchas, cascadas que son transformaciones, afluentes que son conquistas y corrientes que son desafíos. Y el mar, origen de vida y muerte, el mismo ciclo.

He aquí una historia de aprendizajes. Un viaje con sus escalas, puertos, aeropuertos, estaciones, tránsitos. Pulsiones, fuegos y regocijos…»

Nota bene: las «Crónicas» de este blog, son parte del relato en curso T.F. de mi autoría. Levanté el ancla en 2015.  Durante la pandemia, los vientos orientaron las velas hacia el suroeste. El solsticio de verano austral en 2022, en Rapa Nui, invita una nueva travesía. Visítenme y si ofrecen palabras, la alegría en el camino será aún más motivante ! Ximena López Arias.

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« Nous sommes un vendredi 1er mars 2038. J’aime les vendredis. Et le premier mars des dix dernières saisons, encore plus. Comme toujours, c’est un mois qui marque un seuil, un passage dans la vie. Un port. Chaque année, il me semble que je lève l’ancre. Et j’en ai eu plusieurs.

La Colombie, le pays de mes ancêtres et celui de ma conception dans la Sierra Nevada, du moins c’est ce que m’a raconté ma mère, une nuit de confidences, de vins et de fous rires. La Sierra, la seule montagne enneigée au bord de la mer. Les premières années de mon enfance en France et l’apprentissage de la lecture avec « Le Petit Prince » de Saint-Exupéry, le ramassage des feuilles d’automne et donc celles de la solitude heureuse. Puis, retourner en Colombie, rencontrer mes grands-mères, celle du Centre-Est et celle de l’Est de ce pays, respectivement Boyacá et Santander. Réapprendre l’espagnol et survivre à la séparation entre mon père et ma mère. Puis, retrouver celle qui deviendrait la compagne de mon père et s’adopter l’une à l’autre. Appartenir à une nouvelle famille.

Quelques années plus tard, vivre la joie de la naissance de ma petite sœur à l’hôpital Canapé Vert – quel nom, un présage de légèreté –  onze saisons entre les deux et de plus en plus, une complicité sans âge, grâce à notre profonde amitié. Et chaque été, partager les vacances avec ma mère et découvrir une autre vie, une autre liberté et une autre famille du côté maternel : un héritage matrilinéaire de femmes guérisseuses, agricultrices, ouvrières, poètes et toujours combattantes. Rencontrer le frère unique de mon père et rendre visite à ma grand-mère paternelle, militante des droits de la femme, bien avant ses concitoyennes intellectuelles, avec seulement quelques années d’école primaire. Une tisseuse d’histoires. Avec la famille de l’épouse de mon père, des rencontres pleines d’humour, de chants et de musique lors des retours annuels en Colombie pendant la décennie en Haïti.

Grâce à mes liens avec les trois familles, renforcer le silence et l’observation, jongler avec les pulsions et les émotions dans cet étrange et complexe entrelacé qu’est notre clan.

Haïti, l’île des’apprentissages, de l’amitié, de la peau, de l’affect, de la mort, de l’injustice et de la lucidité. La deuxième douleur et la troisième déchirure. Repartir, cette fois plus bas et découvrir le Cône Sud, l’Argentine, trois saisons et une lune au Chili. Pour savourer le tango, la littérature, cet accent insolent mélé au lunfardo, et même, un début de militantisme en espagnol, après une scolarité en français, un quotidien en créole et une apparente insouciance, avec rhum, compas merengue et plage en anglais. Et le carnaval, les gestes, la transe, la pause et l’effervescence des corps et des esprits. Et dans la nuit, la connivence avec l’au-delà. Et les lettres, toujours manuscrites, de ma mère qui m’écrit toujours en analysant le contexte social et comme si elle était la gardienne de l’autre histoire, non officielle. Cassettes et messages multicolores d’amis de Colombie, pays du café, des goyaves, des fruits de la passion, des mangoustans, du réalisme magique, des dauphins roses, des ours à lunettes, des jaguars, des colibris, des orchidées, du vallenato, de la cumbia, du currulao, du funk tropical et de la salsa, mais aussi de la corruption, de l’inégalité et de l’injustice, depuis deux siècles, de la Banana Fruit Company, du boom de la cannabis, des monocultures de la canne à sucre et de l’huile de palme, de l’exploitation minière illégale, du fracking, des groupes d’autodéfense, des cartels de l’éméraude, de l’or et de la drogue. Des territoires sous la tutelle de guérillas, de bandes criminelles, voire des forces de l’ordre au service du plus offrant. C’est aussi la nation des conquêtes, des révoltes, des revendications, des luttes, des marches de masse, des manifestations étudiantes, des grèves… et la terre de toutes les contradictions.

Une pause au Burkina Faso pour entendre pour la première fois le djoula, le moré et le tamahak. Une parenthèse au Sahara, cet infini ocre qui marque un avant et un après. Une parenthèse au Mali, au Sénégal et au Nigeria alors que j’étais reporter et que je cherchais n’importe quel prétexte pour retourner en Afrique, écrire des articles et tourner des chroniques.

Des années plus tard, avec une faim d’aventure et une soif d’autres perspectives, j’ai parcouru les Caraïbes colombiennes sous l’œil attentif des Grands Frères, les Koguis, les Arhuacos, les Arzarios. Et les Wayúus. Et les descendants des Cimarrons, les esclaves affranchis du Palenque de San Basilio, près de Carthagène des Indes. Et Cali y son crepuscule, la sixième avenue, le zafran, la rivière, les nuits sans fin et les textures violettes et vertes.

Neuf soleils après être partie pour la première fois avec un être lumineux dont l’amour s’est transformé en une autre profondeur,  retourner au Pérou, marcher sur le Chemin Inca, le Qapac Ñan. Ce territoire des Chavín, Tiwanaku, Wari et Chimú a été le prétexte pendant neuf ans pour formuler un projet de développement intégral avec les communautés paysannes d’Ancash, dans la Sierra Norte, une transition devenue de plus en plus vitale, un engagement avec un collectif de descendants des Conchucos, les premiers guerriers de la Sierra Norte à avoir affronté les Incas. S’abreuver à cette source et, à chaque retour, apprendre des peuples qui vivent aux confins de la Cordillera Blanca et de la Cordillera Negra des Andes. Et l’étape obligée du retour en Colombie, Lima et son gris exquis brûlant sous le son du cajón afro-péruvien, les valses des jirones, sections piétonnes d’antan et les couchers de soleil déclinés en nikey dans ces bijoux gastronomiques de la Buena Muerte, les Pescados Capitales au centre, à Chorrillos, à San Isidro, à Miraflores ou à Barranco avec le complice.

À Bogotrópolis,  pendant quelques années, j’ai changé de métier, communication pour la participation en planification urbaine. Une amitié est devenue une vie à deux,  puis chacun est parti pour d’autres horizons.

Tatouée de parfums, de saveurs, d’itinéraires et de changements de peau, ces latitudes sont des étapes. Mais trois ports ont marqué un virage dans le sextant : Panama, Istanbul et Alexandrie.

Des adieux qui sont des ports. Des adieux comme des saisons. Une constante, l’île d’Haïti. Une base d’opérations, Bogota. Les aéroports, les retrouvailles en famille, les réjouissances entre amis de part et d’autre de l’Atlantique. Les ports maritimes et fluviaux. Et le Sud, toujours le Sud, tirant vers l’Amérique du Sud et l’Afrique. 

Quelques sommets, bien sûr. La Sierra Nevada, lors de l’éveil  à la vie. Les Gorges du Tarn, lors des premiers pas. Les monts Furcy et Laboule, dans les premières tentatives adolescentes de liberté. La montagne enneigée du Cocuy, dans les premiers actes d’engagement avec les vrais ayants-droits de la terre, les paysans. Les sommets blancs du Huascarán et du Huandoy, l’hommage à l’Aconcagua et, des décennies plus tard, sourire au Cervin. Comment oublier ces chaînes de montagnes, la difficulté de l’ascension, le manque d’oxygène et les célébrations avec les autres randonneurs. Et pourtant, je suis plutôt plus aimante des litoraux que des montagnes.

Au lycée Alexandre Dumas de Port-au-Prince, notre professeur de littérature nous avait demandé de choisir un poème français et de le déclamer devant une classe de 20 jeunes impatients de vivre.  J’avais dix-sept ans et j’ai lu un texte dont j’étais l’auteur, contrevenant sa proposition:  «Parfum d’homme, parfum de femme». En parcourant les vers, j’avais du mal à contenir ma tristesse : j’étais sur le point de quitter l’île. Seule ma meilleure amie, avait compris que ma vie même se diluait dans ce poème, aussi déchiré que ma prose naissante.

  • Depuis, l’esprit d’Agwé, esprit des sources, des rivières, des affluents, des cascades, des lacs et des courants sous-marins inspire mes errances… et nos plongées à vingt mètres sous la surface avec celui qui accompagne mon quotidien depuis l’été 2015.  Sentir en surface les confluences du Pacifique et de l’Atlantique à Playa Blanca et la violente beauté des méandres du Darien à Capurganá, à la frontière colombo-vénézuélienne, c’est beau, mais en plongée, c’est génial.  En apnée, c’est captivant: dans notre duo vital, nous nous sommes concentrés sur les Caraïbes et malgré les événements récents,  nous persistons à réaliser des immersions là.

« On revient toujours dans les endroits où l’on a aimé la vie », a déclaré la chanteuse et compositrice chilienne Violeta Parra. Ou bien retourne-t-on dans les lieux où l’on a été aimé ? Ou peut-être revient-on à la complicité, cet espace-temps au-delà de toute sémantique. Oui, c’est un éternel retour vers ces eaux qui sont des sensations, ces lacs qui sont des apprentissages, ces fontaines qui sont des connaissances, ces rivières qui sont des luttes, ces cascades qui sont des transformations, ces affluents qui sont des conquêtes et ces courants qui sont des défis. Et la mer, origine de la vie et de la mort, le même cycle.

Ceci est une histoire d’apprentissages. Un voyage avec ses escales, ses ports, ses aéroports, ses gares, ses transits. Impulsions, incendies et réjouissances… ».

Nota bene : les « Chroniques » de ce blog font partie de l’histoire en cours T.F. dont je suis l’auteur. J’ai levé l’ancre en 2015. Pendant la pandémie, les vents ont tourné les voiles vers le sud-ouest. Le solstice d’été austral en 2022, à Rapa Nui, invite une nouvelle traversée. Rendez-moi visite et si vous offrez des mots, la joie sur le chemin sera encore plus motivante ! Ximena Lopez Arias
 

@YouTube – Mayra Andrade – Afeto/ Affect/ Afecto, Cap-Vert, 2018.*
Aquí, algunos azules del tránsito entre el 2022 y el 2023, en Rapa Nui y en la Patagonia chilena/
Ici, quelques bleus du transit entre 2022 et 2023, à Rapa Nui et à la Patagonie chilienne.

11 comentarios en “Interludio| Interlude

  1. Mais qu’il est beau, ce texte, qu’il est beau! «Cada año parece que levanto anclas. Y he tenido varias», » coleccionar las hojas de otoño y así, las de la feliz soledad», c’est beau tout ça!

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  2. La magia del verbo oral o escrito es llevarte a traves de rios, fuentes, lagos, valles y desiertos…reales o no; vividos o soñados, pasados o futuros. Concuerdo contigo:en esta tierra, su gente y su naturaleza, son tesoros por vivir, por ello volvi aqui despues de varias partidas! Uno siempre regresa a los lugares donde los pueblos lo reconcilan con la vida no? Gracias por tu comentario y por tu visita a estas cronicas de aqui, ahora y siempre, feliz creatvidad para ti en este año!

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  3. No he tenido la gracia de viajar tanto, pero en los lugares de mi país que he visitado si pones cuidado; se halla la magia desaparecida que tienen los otros con su gente y naturaleza.

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